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miércoles, 1 de noviembre de 2017

TRES POEMAS DE HOMBRES QUE CANTAN NANAS AL AMANECER Y COMEN CEBOLLA DE SARA HERRERA PERALTA







UNA MUJER CON FLORES EN LA BOCA


Él le hablaba de sus noches de insomnio
y de un fármaco, del frío,
de la certeza y el vértigo de saberse
tan míseros y heridos como el animal
que ha perdido a su madre.

Ella inventó una casa,
una casa en la que debían crecer lirios,
una casa tan reconocible.

Pero lo dijo Sontag,
hay algo de sádico y cruel
en la naturaleza humana:

él destruyó su casa.

Mientras ella teñía sus ropas 
para empezar de nuevo,
mientras tejía prendas,
él destruyó la casa.

Se quedó sola frente al mundo.
Se llenó de flores la boca y,
para el desastre,
escombros saliva
inevitable grieta,

se metió un manojo de flores
en la boca.

Hubo una vez una mujer hecha de sombras
que nunca tuvo una casa,
que enferma vomitaba lirios
y triste esperó.

Tú también sabes que nadie querría
a una mujer que escupa lirios.

Mujer traga pasado pájaro.

Alguien destruyó su casa.
Todavía hoy la reconocen.



HERENCIAS


Tuve una bisabuela ciega.

Era una bisabuela que no sabía francés
y que con corcho imaginaba la nieve
para que yo me adelantara, petite fille,
al color del dolor y del invierno
cuando la soledad te raspa los tobillos.

Luego me contaron que tampoco ella se casó
con el hombre que iba a buscarle a su ventana.

Maldigo la herencia de las mujeres tristes



NO DEBERÍAS NUNCA PASARTE
MÁS DE VEINTE MINUTOS
FRENTE A LA PUERTA DE SALIDAS
DE UN AEROPUERTO


Si tu corazón te late
no deberías nunca pasarte más de veinte minutos
frente a la puerta de salidas de un aeropuerto.

La muerte tenía la carcajada de un payaso.
Mi abuelo contemplaba desde la tierra los aviones,
alzando sus manos para tapar al sol,
las mismas manos con las que aró la tierra.

Mi abuelo se encogía
cada vez que un avión sobrevolaba el pueblo
de la memoria, entera, la memoria.

Todos le lloramos ahora como llora un sauce.

Mi abuelo sospechaba de los aviones.

Las puertas de salida de los aeropuertos
me recuerdan siempre a mi abuelo y a sus manos,
el mismo desconsuelo negro e inevitable.



Sara Herrera Peralta – Hombres que cantan nanas al amanecer y comen cebolla.

La Bella Varsovia / Poesía








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