Las clientas
Tenía el poema que casi descendía por la
bata,
como desciende un animal por la colina,
ladeado.
Él me dejaba (como todos) aflojar el hilo
a cada rato.
Tomar de nuevo la distancia, sus medidas.
Yo la veía morir, orinar a poquito, de pie
sobre la tela
estrujada.
Una mujer pasa con su bastón de empuñadura
de plata
(antes ha pasado su mascota abriendo el
paso)
y “...no le digas a nadie que estoy
desesperada.
Amarra la cadena contra el puño,
apriétala.”
“Vocación de remendar con esa larga
hebra de los haraganes
—diría mi madre—
y
tres nudos que se deshacen en la garganta
contra el hipo.”
Cosas que sirven para una cantidad de males
infinitos.
Después, el susto con el vaso al revés
sobre la manta
mal zurcida con candelillas frágiles.
La pasión se fue, se escapó al borde
junto a una vieja mascota
sobre tela mojada.
Reina María Rodríguez – El libro de las
clientas
Amargord Ediciones
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