LECTORA
EN EL METRO
A las
siete menos diez de la mañana
el vagón
todavía no está lleno.
Casi
siempre encuentras libre
un
rincón alejado de la puerta
donde
nadie te observa.
Mucha
gente, a esas horas,
lee el
periódico
o
dormita recostada
sobre su
propia rutina amarillenta.
En
cuanto arranca el tren, abres el libro
y
enseguida te asoman a los ojos
una
bandada feliz de alcarabanes.
Cada vez
que das vuelta en una página,
tus
dedos reconocen
el tacto
de la Ceiba y el Marfil Vegetal
y se
demoran en el recorrido.
El
trayecto dura 23 minutos.
Cuando
cierras el libro
el color
de tu rostro se transforma.
Te
mimetizas, como los camaleones,
en un
gris desvaído,
muy
semejante al tono de los suelos
que
tienes que limpiar.
Sólo
retorna el rojo a tus mejillas,
y el
azul, y el naranja,
y todos
los colores de tu tierra,
a la
hora del regreso,
otra vez
con el libro entre las manos.
Confías
en que nadie te pregunte
porque
viajas con el mismo libro siempre.
No
quieres explicar que son sus hojas,
el olor
de sus páginas,
las que
te llevan cada día por un rato
a los
manglares en los que creciste.
Y no
quieres que nadie se dé cuenta,
sobre
todo,
de que
nunca te enseñaron a leer.
Julia
Conejo Alonso -El bolso de Mary Poppins
Ediciones
Torremozas
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