Árboles en invierno por Pablo Müller
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«Vi las bestias expulsadas del corazón de mi madre. No hay distinción entre mi carne y su tristeza.»
Antonio Gamoneda
Nieve es el nombre de la mujer
viene de una familia de hombres que ríen
y rara vez llegan a ancianos
— tal vez la alegría descolocada atraiga a la muerte —
y mujeres calladas que trabajan todos los días
como si fuera el último
— y el día último siempre tarda —
Nieve acuna un niño — suyo —
en la ciudad extraña
a la que llegó para cuidar niños — otros —
donde las cunas son de tubo metal hueco
galvanizado
y el humo oscuro marcha con el norte
y se posa en los sures,
— vaciado de sus gentes para alimentar minas y fábricas —
hay risa pero compadrea con el vino malo,
hay música pero termina a menudo con grito.
Nieve espera el final del aullido de la sirena
— dura los veinte años de rigor —
y el hombre que le hace los niños en la calle del silencio
con los fundidores y ajustadores ante las puertas cercadas
de la factoría espera — también —
la oscura llegada del furgón de los guardas grises.
Nieve acuna al niño — suyo —
y en vientre atesora los hermanos:
— los vivos y los muertos —
Nieve acuna el futuro dolor,
la futura tristeza
de los meses de marzo.
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