Loiola, mayo de 2012 por Pablo Müller |
Cuando el llanto, partido en
dos mitades,
cuelga sombríamente, de las
manos
Blas
de Otero, Ancia
Me paro frente
a una tarde de junio
que permanece
remota entre los tilos dóciles,
ajena al
ladrido de las furgonetas,
y ahí se esconde
mi llanto reluciente,
— tristísimo
caudal de pesadilla —
que atraviesa
el sueño donde estoy solo
y me abandona
hasta en el recuerdo.
Entonces, un
resorte lejano y húmedo
me arrastra
lejos de los árboles de las tardes,
secuestrado
por el invierno y por la noche,
sometido a la
ducha permanente del insomnio,
enfermo el
tocino de mi alma
de la rabia de
los martes
y queda el
llanto solo y delicado
suplicándome
la vuelta, a merced
de la sed de
los gatos, asustado
por el ruido
áspero y doliente
de las
segadoras en los parques.
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