Buenos Aires, julio 2005 por Pablo Müller |
En un verso dice Piedad Bonnett que:
Al escuchar tu voz nocturna, padre,
—tu voz de amante navegando en sus manos de zozobra—
yo descendí del más hondo silencio
y me hice llanto.
Hay en estos versos de Piedad Bonnett la certeza de que somos por la voluntad de nuestros padres y que de su acto sexual hay una llamada que escuchamos. Esa clarividencia del origen está en su poesía.
Esa mujer que soy, tierna y carnívora
da el salto, se devora, sale al día.
Y conciencia de mujer que ocupa el centro de sus jornadas.
allá, cruzando el mar de sombras y de miedo.
La vida como viaje marino, el mar como territorio oscuro y ahí el miedo.
volcaba el jarro de su autoridad aprendida, de sus miedos,
de su ternura incapaz de balbuceos.
La figura del padre con la que la poeta dialoga desde la templanza que refugia el verso:
Y siempre, siempre, un aire de hombre solo.
De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre
todo lo que su corazón desorientado
sabía dar. Y entre ello se contaba
el regalo amoroso de su miedo.
El regalo de su miedo. Qué esplendorosa sabiduría poseen estos versos, Piedad.
Cada mañana es ahora un rectángulo blanco de una pulcrísima hoja
que despierta mi miedo
qué hacer con el dolor dónde ponerlo.
Piedad Bonnett convive con su miedo y su dolor y de esa cotidianidad surge una voz poderosa y una esperanza.
Para mis días pido,
Señor de los naufragios,
no agua para la sed, sino la sed
no sueños
sino ganas de soñar.
Para las noches,
toda la oscuridad que sea necesaria
para ahogar mi propia oscuridad
Cierra Piedad Bonnett con esta oración su espléndida antología Lo demás es silencio.
Buenos Aires, julio de 2005 por Pablo Müller
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