Páginas

miércoles, 16 de marzo de 2011

A CADA CUAL, LO SUYO UNA NO NOVELA DE LEONARDO SCIASCIA


Mas no crean que voy a revelar ningún misterio ni a escribir una novela.
Edgar Allan Poe. Los crímenes de la calle Morgue

Al abrir A cada cual, lo suyo de Leonardo Sciascia, el autor recibe con esta cita del padre de la narración de misterio norteamericano, traducido al español por Julio Cortázar (No se suponga, por lo que llevo dicho, que estoy circustanciando algún misterio o escribiendo una novela) Si paramos la lectura ahí, podemos preguntarnos varias cuestiones: ¿Sciascia nos avisa de que no hay misterio que resolver ni novela que contar?, ¿Sciascia aprovecha el comienzo para rendir homenaje al escritor norteamericano?  o ¿Sciascia esconde tras una frase equivoca sus intenciones?

Publicó en 1961 su primera novela policiaca sobre la mafia, El día de la lechuza. Y en 1966 A cada cual, lo suyo la novela de la que venimos a conversar.

La mayor parte de las novelas de Sciascia, y por supuesto A cada cual, lo suyo están ambientadan en la Sicilia natal del autor. Los sicilianos están presentes en la mayoría de sus obras y Sicilia aunque es mucho más que la Mafia, no se entiende, por desgracia, sin la Mafia.

El cartero entrega una carta al farmacéutico Manno, le dice que no le gusta la carta y se queda expectante a su apertura para compartir su contenido. El farmacéutico Manno la abre y encuentran una amenaza de muerte:

ESTA CARTA ES TU SENTENCIA DE MUERTE, MORIRÁS POR LO QUE HAS HECHO

Pero se lo toma a broma. Y hace de la carta el motivo de conversación de la tertulia que — como ésta — se forma en la puerta de la farmacia al atardecer:

Aunque también de los presentes sospechaba don Luigi Corvaia, así en lo de envenenar perros como en lo del anónimo; y escrutados a todos con sus incisivos ojos de párpados rugosos — al abogado Rosello, al profesor Lausana, al mismo farmacéutico (al que creía capaz no sólo de envenenar perros, sino de haberse mandado a sí mismo el anónimo, a fin de dárselas de cazador envidiado) —, a todos les suponía tanta maldad como mismo ánimo — educado en la desconfianza, la sospecha, el recelo — secretamente rezumaba.

En este párrafo del primer capítulo Sciascia resume buena parte de su no novela, de su no revelación de misterio alguno.

Dice Justo Navarro de:

  Leonardo Sciascia fue uno de esos escritores que todavía no consideraban la literatura como una sección secundaria de la industria del entretenimiento, sino como factor de poder. Las novelas debían participar en la conversación sobre cómo vivimos, no ser meras oportunidades de distracción o evasión. Y, aunque pensaba que los intelectuales jamás han ejercido la menor influencia, Sciascia adquirió sobre el mundo cierta forma de autoridad, desde Sicilia, su isla.

En el segundo capítulo anuncia la muerte del amenazado junto a su amigo el doctor Roscio al final del día de caza: once conejos, seis perdices, tres liebres, y se usa el tono épico para contarlo:

El caso es que hacia las nueve de la noche entraron en el pueblo – y así pasaron a ser leyenda – corriendo en prieta manada y aullando de una manera tan extraña que todos (pues todos, claro está, los vieron y oyeron) se sobrecogieron con terrible presentimiento.


Dice Pedro Sorela en el artículo Una interpretación siciliana del mundo

Como Cervantes, que admiraba; como Faulkner con el condado de Jefferson, Sciascia ofreció una interpretación del mundo a través de la sicilianidad, algo extraordinariamente difícil de describir, pues entre sus principales componentes se encuentran el hermetismo, la inteligencia y el interés por la muerte.

A partir de ahí el imparable torrente de las consecuencias, a partir de un anónimo, de la interpretación del mismo y de los hechos, de los notables del lugar,

- El anónimo – dijo el notario Pecorilla – es el típico de los crímenes pasionales: por mucho que sea un riesgo, el vengador quiere que la víctima empiece a morir y a la vez reviva su culpa desde que recibe el aviso.


La descripción de los pasos del comisario de policía, hurgando en esa pista y argumento: el farmacéutico buen mozo, casado con una mujer fea de buena familia y posibles, cómo no tener un “flaco” con alguna muchacha, el interrogatorio a la criada, contumaz, agotador, hasta hacerla capitular y por un descanso, señalar a una anónima muchacha del lugar, fresca, una supuesta discusión del matrimonio y luego a por ella, hasta desecharla en el capítulo III,

Convencido el comisario, a la muchacha le quedaba por convencer al resto del pueblo, siete mil quinientos habitantes, sus familiares inclusive. Los cuales, apenas la dejó el comisario, por lo pronto se le echaron encima y silenciosamente, sañuda, esmeradamente, le pegaron.

Terrible.

Paolo Laurana, al que la explicación del necesario desliz con una mujer como origen de un anónimo que trae luego la muerte, que pilló desprevenido en mal lugar y en peor momento al pobre doctor Roscio, víctima colateral, no le convence, comienza un lento, descuidado e incluso abúlico proceso de investigación  que dirige el narrador.

Para mí, el género policíaco presupone una actitud religiosa frente a la vida y frente a la verdad. El investigador es un portador de gracia, de la gracia teológica, de lo que los teólogos llaman gracia iluminante. El inspector ilumina los hechos con la verdad. Y en este sentido el género policíaco me ha interesado siempre, aunque técnicamente yo lo utilizo de forma paradójica: nunca está claro quién es el culpable, pero se entrevé quién es. Simplemente, todo lo que queda en la sombra de la duda y de la incertidumbre porque nuestra vida es así. Yo no conozco ningún hecho que sea verdaderamente claro, que nos aparezca con toda su verdad. Todo es ambiguo, confuso, incierto… Por otra parte, mientras en la novela policíaca tradicional es el policía el que ilumina los hechos, en mis novelas hay un reajuste: el policía soy yo. Policía y teólogo a la vez.

Dice Leonardo Sciascia en una entrevista con José Martí Gómez y Josep Ramoneda que fue publicada el 11 de marzo de 1979 en El País.


De esta forma el narrador lleva la trama por el salón del casino, las casas de las viudas, espejos cubiertos con velos negros, la hermosa Lucia Roscio, por las sacristías, en el tren y en el autobús, la visita al anciano padre del doctor Roscio y su densa charla (página 76),

Es un problema – Y quizá se refería al crimen, quizá a la vida.


A buscar en compañía del abogado Rosello y la viuda Lucia Roscio documentos que explicaran la extraña anécdota contada por el diputado comunista en la capital. Pero en el despacho del doctor Roscio no se encontraban papeles comprometedores, se encontró en la mesa un libro abierto en la página donde se interrumpió la lectura antes de la jornada de caza, el día de su muerte, (página 82) donde se leía:

“Unicamente la acción que toca al orden de un sistema pone al ser humano ante la cruda luz de las leyes”

Y se mencionaba El extranjero de Camus. Continúa con su lento desgranar de evidencias: la aparición de la teoría del blanco falso, y la posibilidad de que en el fondo se trate de un acto premeditado de corrupción, intriga y robo. ¿Un personaje  que corrompe, robe, intrigue? El abogado Rosello, dice el corrupto y cínico párroco de Santa Ana.

Juan Arias en su artículo El culto a la amistad publicado en El País el 21 de noviembre de 1989 nos da una explicación del proceso intelectual que animaba a Sciascia y que su personaje Paolo Laurana sigue:

Sciascia poseía todo el pesimismo de la razón. Alguien dijo de él que sufría más que los demás porque a través de una inteligencia vivísima es como si contemplara a la sociedad y a los hombres desnudos. Era durísimo con lo que él llamaba "la justicia injusta". Solía decir que las leyes eran tantas y tan absurdas en nuestra sociedad que cualquier juez podía en cualquier momento llevar a la cárcel a cualquier ciudadano, aun al más honrado.

El encuentro con el abogado Rosello, su señoria Abello y el hombre con aspecto rural pero con gafas americanas que fumaba puros de la marca Branca lleva a Paolo Laurana a Montalvo donde conoce a don Benito, que vive encerrado en su biblioteca donde también encuentra a ladrones y a imbéciles.

Las conversaciones permiten a Sciascia opinar sobre los problemas de la sociedad siciliana, y desde esa mirada local, trascender hasta una mirada universal: la sociedad hecha a interés de los poderosos contra los intereses de la mayoría, el Estado débil con los poderosos y poderoso con los débiles. En la página 108 don Benito dice:

-       Medio millón de inmigrantes, es decir, casi toda la población válida; la agricultura abandonada, las azufreras cerradas y las salinas a punto de cerrar; lo del petróleo que da risa, las instituciones regionales que son un cachondeo, el gobierno que con nuestro pan nos lo comamos… Nos hundimos, amigo mío, nos hundimos… Esta especie de barco pirata que ha sido Sicilia, con su hermoso gatopardo rampante en la proa, los colores de Guttuso en su gran empavesado, sus más decorativos pezzi da novanta* en quienes los políticos han delegado el honor del sacrificio, sus escritores comprometidos, sus Malavoglia, sus Percolla, sus estudiosos de lógica carnudos, sus locos, sus demonios meridianos y nocturnos, sus naranjas, su azufre y sus cadáveres en la bodega: se hunde, amigo mío, se hunde… Y aquí estamos usted y yo; yo, loco, usted, quizá comprometido, con el agua que nos llega a las rodillas, hablando de Raganà, que si ha saltado detrás de su diputado o se ha quedado a bordo con los que van a morir.
-     No estoy de acuerdo –dijo Laurana.
-     A fin de cuentas, tampoco yo –dijo don Benito.

A fin de cuentas tampoco yo.

Juan Arias nos da luz a este pasaje en el artículo antes citado:

Tenía una relación de amor y odio con su tierra, Sicilia, la tierra de Pirandello. La amaba porque, como Borges, afirmaba que en aquella isla – que no es sólo Mafia – "el hombre había empezado a construir un sistema de la duda". "La duda", repetía siempre Sciascia, "es el mayor instrumento del conocimiento". Dudaba de todo. Y, a pesar de que se sentía volteriano, me confesó un día: "Dudo tanto que no me extrañaría que frente a la muerte me acercase a la religión".

El profesor Paolo Laurana con su madre, un contrapunto realista, coinciden en el cementerio con la viuda Luisa Roscio. Se apunta la atracción que siente el profesor. En el siguiente capítulo coinciden en el coche de línea camino de Palermo y Luisa Roscio le suplica le cuente sus sospechas, que a estas alturas claramente están en el abogado Rosello, primo de Luisa.

Pero el profesor yacía sepultado bajo una montaña de piedras en una azufrera abandonada, a mitad de camino, en línea recta, entre el pueblo y la capital

Y luego este desolador final para Laurana.

Dice el profesor Antonio Ubach Medina que “La motivación del crimen se encuentra intrínsecamente ligada a la forma de organizarse que se ha dado a sí misma ese tipo de sociedad que se está describiendo”.

Y añade Guadalupe Arbona en su artículo "Leonardo Sciascia: Un escritor contra el poder", Leer, p. 40 «A qué se debe la negación al lector de una solución y de la tranquilidad que ésta le devolvería? "El autor siciliano crea jugando pero este juego no se reduce a un frío crucigrama, por el contrario pone sobre el tapete la denuncia de una sociedad que le parece injusta. El dato de la injusticia y del poder corrupto no quedaba nunca al margen de sus sentimientos"

El orden de las relaciones sociales, económicas, afectivas, familiares de la sociedad que retrata Leonardo Sciascia, se sustenta en la violencia, en ocasiones de forma gratuita, pues Laurana no supone amenaza. La banalidad de esa violencia me desconsuela profundamente como lector.

Laurana muere asesinado y su muerte impide la llegada de la verdad. Los asesinos, aún sabiéndose impunes e fuera del alcance de la justicia, no dudan en matar para matar la verdad. Y Sciascia al final resuelve su no novela, sin descifrar ningún misterio, porque para nadie había misterio en lo ocurrido.

Al final el 8 de setiembre día en que se celebraba en el pueblo la fiesta de la Niña María se anuncia la boda de la viuda Luisa Roscio y su primo el abogado Rosello y los notables del lugar en las últimas páginas reconocen que todos sospechaban que el farmacéutico Manno era la víctima colateral, que el anónimo era una pista falsa, que la víctima que se buscaba era al doctor Roscio, por haber descubierto la relación que mantenía su esposa con el abogado Rosello, su primo, por intentar chantajear a éste para que abandone a su esposa.

Le preguntan a Leonardo Sciascia:

- Qué es la verdad?

Y contesta:

- Cristo cuando se lo preguntó Pilatos, no respondió. Para mí, la verdad es la literatura. Siento que todo aquello que hay de verdadero sobre el hombre ha sido escrito y descrito. es difícil encontrar la verdad si no es en la literatura. Yo creo ser capaz de reconocer en las páginas de un libro el olor de la verdad. No… El hombre no ha cambiado tanto. El hombre de hoy es todavía el hombre de Shakespeare, de Homero, de Tolstoi… El hombre necesita siempre, debajo de la mentira, encontrarse a sí mismo.

El ser humano de 1966, caundo publicó la novela, el de 1979 cuando declaraba Sciascia estos comentarios y de 2011 sigue necesitando debajo de la mentira encontrarse a sí mismo.

Menciona Juan Cruz en su artículo Un hombre comprometido hombre comprometido publicado en El País el 21 de noviembre de 1989 con motivo de su muerte:

Con su silencio poblado de palabras levísimas, el autor de Todo modo vivía el desengaño de los últimos días. "Al fin y al cabo, vivir no es tan apasionante. Si no fuera por la literatura...". Pero de su carácter y de su vida no puede deducirse ni una sola palabra, acaso, en la que entren la soberbia y el desdén.




A cada cual, lo suyo
Leonardo Sciascia
POLICIACOS (F). Otros
Traducción: Salmerón Arjona, Juan Manuel
Febrero 2009
Andanzas CA 683
ISBN: 978-84-8383-146-5
160 pág.


Otros libros de Sciascia:
  1. A cada cual, lo suyo
  2. Los apuñaladores
  3. La bruja y el capitán
  4. El caballero y la muerte
  5. Cándido o Un sueño siciliano
  6. El caso Moro
  7. El Consejo de Egipto
  8. El contexto
  9. El día de la lechuza
  10. Una historia sencilla
  11. Horas de España
  12. La desaparición de Majorana
  13. El mar color de vino
  14. 1912+1
  15. Puertas abiertas
  16. El teatro de la memoria
  17. Los tíos de Sicilia
  18. Todo modo

Es muy interesante la entrevista que realiza el escritor Pedro Sorela y que puede leerse en su página web: la verdad se oculta más que nunca.

Javier Bermúdez Valencia

No hay comentarios:

Publicar un comentario