martes, 22 de agosto de 2017

UN POEMA DE REQUIEM DE LEDO IVO






I

AQUÍ estoy, aguardando el silencio.

Ante el astillero podrido
vislumbro apelas la astilla
que sobrevivió a las iluminaciones.
Como todas las sobras, trae la marca
de las cosas escondidas para siempre
o de los seres sepultados en lo alto de las dunas;
como las letras grabadas a fuego
en el anca de un caballo robado por un gitano, o una marca de nacimiento
en la cadera bien amada.

Ahora la noche desciende para siempre.
Mi mirada fatigada sigue la canoa
que se aleja por los manglares.
Una luz en la restinga. Un cangrejo en el lodo.
Y la vida se evapora como las almas
en el cielo que ningún dios ampara.
Todos los paisajes que vi se volvieron polvo
en postales descoloridas. Y la uña sucia, orlada de negro,
ocupa el espacio de la mano antigua. Las puertas sucesivas
de las dársenas que almacenaban ristras de cebollas y sacos de azúcar
se encogen en la oscuridad, reducidas a una única puerta
refractaria al fogonazo de la aurora.

En la Barra de São Miguel, ante el mar,
sólo ahora aprendo
que el día más largo del hombre
dura menos que un relámpago.

El tiempo no volverá a ser celebrado
entre las constelaciones.
El cielo y la tierra desaparecerán
en la ceniza desengañada
de las mañanas robadas por la muerte.
Todo cuanto amé ya se disuelve
La nube escarlata se posa suavemente
entre las casas de tapial y el mar rasgado por las olas.

Llegó la hora de decir adiós al agua negra
que se eriza en la tiniebla de la laguna
y al viento planetario que seca el pescado
colgado en los maderos de las chozas
y el mar caeté que se abrió
ante los acantilados de mi patria perdida.

La eternidad pasa como el viento.
Solo el tiempo es eterno. Siempre estuve aquí
en medio de mi pueblo diezmado,
y mis manos prepararon más allá de las dunas
la dorada hoguera antropofágica
del asombroso festín. Una noche de cenizas
sucede ahora al clamor y a la alegría.
El mar borra todos los naufragios
y todo fuego se extingue todo fuego dorado
se alarga y se apaga en el silencio del mundo.

Aquí, en el lugar del agua y tierra de mis nacimientos sucesivos,
mi sombra vaga entre los escombros
de los navíos perdidos o soñados.
Y busco en vano, en las aguas ofendidas,
la castidad del agua intacta y clara
que aflora en el mar cuando la aurora estalla
en el corazón de la noche enmudecida.

!Oh puerta prometida al consuelo de la vida.
Después de tanta inmundicia y de tanto esplendor!
En esta noche final, las hogueras celestes
calcinan toda esperanza y sepultan en la ceniza
los sueños insensatos de las almas terrestres
y el estertor que suprime cualquier paraíso.

En la noche crematoria, la muerte es una hoguera.



Lêdo Ivo – Requiem

Traducción de Martín López-Vega







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